En la transmisión que el canal Fox del partido con Chile, por semifinales del Mundial Sub 20, relator y comentarista repitieron constantemente que a los jóvenes trasandinos, que apelaron en exceso al juego brusco, les faltó conducción.
La semana pasada, la frase volvió a tomar actualidad con motivo de la divulgación del video del “festejo” que tuvieron los “chicos” en Canadá luego del título. Teléfonos y lámparas destrozados fue el saldo de la travesura. Inmediatamente, las miradas apuntaron al cuerpo técnico porque no supo manejar la presión de un plantel de futbolistas (en su mayoría profesionales) que llegó con el cartelito de candidato.
No obstante, por grande que sea, la responsabilidad de Tocalli y su grupo de trabajo es limitada. Si bien es el técnico el que debe controlar el comportamiento de los futbolistas dentro y fuera de la cancha, su compromiso no va más allá del ámbito del seleccionado nacional y, como mucho, de los clubes particulares.
Es ahí donde el cuerpo técnico falló a la hora de brindar las premisas de la educación no formal, que es la que se da en aquéllos contextos en los que, “existiendo una intencionalidad educativa y una planificación de las experiencias de enseñanza-aprendizaje, ocurren fuera del ámbito de la escolaridad obligatoria. La enseñanza... de actividades de ocio o deporte es un ejemplo de educación no formal”.
Sin embargo, las mayores deficiencias se encuentran en la educación informal, aquella que se da de forma no intencional y no planificada, en la propia interacción cotidiana, donde la familia es el principal grupo social en el que se desarrollan este tipo de aprendizaje.
Por definición, se trata de una dimensión de la educación que duplica el campo de acción de la educación formal. Si a ello le sumamos que la mayoría los jóvenes prefieren (muchas veces por necesidad económica) dedicarse de lleno al fútbol en desmedro de los estudios, el valor de la educación informal se potencia mucho más.
Con estos antecedentes, la conducta de los “pibes” no debería sorprender, ya que son un fiel reflejo de los elementos que muchos jóvenes reciben en un mundo como éste y del que todos formamos parte.
La semana pasada, la frase volvió a tomar actualidad con motivo de la divulgación del video del “festejo” que tuvieron los “chicos” en Canadá luego del título. Teléfonos y lámparas destrozados fue el saldo de la travesura. Inmediatamente, las miradas apuntaron al cuerpo técnico porque no supo manejar la presión de un plantel de futbolistas (en su mayoría profesionales) que llegó con el cartelito de candidato.
No obstante, por grande que sea, la responsabilidad de Tocalli y su grupo de trabajo es limitada. Si bien es el técnico el que debe controlar el comportamiento de los futbolistas dentro y fuera de la cancha, su compromiso no va más allá del ámbito del seleccionado nacional y, como mucho, de los clubes particulares.
Es ahí donde el cuerpo técnico falló a la hora de brindar las premisas de la educación no formal, que es la que se da en aquéllos contextos en los que, “existiendo una intencionalidad educativa y una planificación de las experiencias de enseñanza-aprendizaje, ocurren fuera del ámbito de la escolaridad obligatoria. La enseñanza... de actividades de ocio o deporte es un ejemplo de educación no formal”.
Sin embargo, las mayores deficiencias se encuentran en la educación informal, aquella que se da de forma no intencional y no planificada, en la propia interacción cotidiana, donde la familia es el principal grupo social en el que se desarrollan este tipo de aprendizaje.
Por definición, se trata de una dimensión de la educación que duplica el campo de acción de la educación formal. Si a ello le sumamos que la mayoría los jóvenes prefieren (muchas veces por necesidad económica) dedicarse de lleno al fútbol en desmedro de los estudios, el valor de la educación informal se potencia mucho más.
Con estos antecedentes, la conducta de los “pibes” no debería sorprender, ya que son un fiel reflejo de los elementos que muchos jóvenes reciben en un mundo como éste y del que todos formamos parte.
Nicolás Fassi
*Vila, I. (1998). Familia, escuela y comunidad. Barcelona: ICE/Horsori.
Publicado en Hoy Día Córdoba el 30-7-07
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